La Independencia de México

Hidalgo y Allende son hechos prisioneros

El 21 de marzo de 1811, Miguel Hidalgo e Ignacio Allende son hechos prisioneros por el jefe realista Ignacio Elizondo.
Hidalgo y Allende son hechos prisioneros en el Baján

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El 21 de marzo de 1811, Miguel Hidalgo e Ignacio Allende, quedan prisioneros del antiguo jefe realista Ignacio Elizondo (20).

En el camino a Acatita de Baján, una población en el actual municipio de Castaños en Coahuila, fray Gregorio de la Concepción Melero y Piña se encuentra, el 20 de marzo de 1811, con un emisario del capitán retirado Ignacio Elizondo. Después de los obligados y mutuos cordiales saludos, el mensajero le solicita que no avance con todas sus fuerzas ya que el agua había escaseado de tal forma que si iban todos juntos los demás soldados no tendrían agua para beber.

Fray Gregorio no tuvo ninguna duda ni sospecha en la veracidad de tal solicitud. Elizondo había dado tantas muestras de simpatía y lealtad hacia los insurrectos que nadie podría haber imaginado la efectiva trampa que éste había puesto en marcha.

La trampa

Al día siguiente, próximo al amanecer, las tropas de Ignacio Elizondo se encontraron con las de fray Gregorio. Después de indagar un poco acerca de Hidalgo y Allende, el capitán dio a sus hombres la repentina orden de apresar a los insurgentes que acompañaban al ingenuo sacerdote.

Fray Gregorio, consternado, se resistió inútilmente quedando preso e indefenso. Con gran preocupación, y anticipando los funestos alcances de semejante traición, trató por todos los medios, sin éxito alguno, de comunicar su situación a los jefes que en ese momento ya se encontraban cerca de los Pozos del Baján.

La ingeniosa treta que Elizondo había fraguado el día anterior -acerca de la falta de agua- había dado grandes resultados. Las fuerzas de Hidalgo y Allende venían por el camino en pequeños contingentes muy separados el uno del otro.

La emboscada

Poco antes de las 3 de la tarde del 21 de marzo, las reducidas fuerzas de Elizondo se habían colocado hábilmente tras una vuelta del camino y a cada contingente rebelde que aparecía lo iban haciendo preso sin que los demás se percataran.

Al llegar el carruaje en el que venían Ignacio Allende, su hijo Indalecio, Mariano Jiménez y Joaquín Arias, el propio Elizondo los conminó a la rendición. Ciego de furia, el hijo de Allende con una pequeña pistola disparó, sin éxito, hacia Elizondo. En respuesta, los soldados realistas hicieron tal fuego sobre el carruaje que éste quedó hecho pedazos al mismo tiempo que Indalecio Allende caía instantáneamente muerto y Arias quedaba agonizante. Sin posibilidad alguna de resistencia, Allende y Jiménez se rindieron y fueron hechos prisioneros.

Hidalgo, que venía a caballo en la última posición, y suponiendo que los tiros que se oían a la distancia obedecían a las acostumbradas muestras de regocijo cada vez que arribaban a algún poblado, no se percató de la aprehensión de sus compañeros insurrectos.

La misma suerte sufrió el cura de Dolores. De igual manera a como habían sido hechos prisioneros uno a uno de los contingentes, el del Miguel Hidalgo fue sorprendido. Ya no hubo resistencia. Algunas de sus tropas se dispersaron por los montes aledaños y otros tantas aceptaron pasarse al bando realista.

Tan hábilmente se había ejecutado la trampa, que con sólo 350 hombres, Elizondo había conseguido vencer a las muy superiores fuerzas de los jefes insurgentes.

También, los realistas pudieron lograr la hazaña de apoderarse de un gran botín: 14 carruajes, casi un millón de pesos en barras de plata, pertrechos militares, además de hacer prisioneros a 900 insurgentes. La inexplicable ingenuidad y descuido de Allende habían facilitado en gran medida las acciones de Elizondo.

Seis meses habían pasado desde aquella encendida arenga en el pueblo de Dolores y ahora, los jefes que llegaron a comandar una muchedumbre de más de 100,000 rebeldes, quedaban indefensos y hechos prisioneros.

Por otro lado, la gran conspiración de Ignacio Elizondo fue considerada como una gran victoria por Felix María Calleja, quien rápidamente, le envió una efusiva carta de felicitación en donde le comunicaba su inmediato ascenso a coronel del ejército español.

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